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Helado del Mal

Matias Pi
3 min readDec 3, 2020

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Que mi cara no te engañe, soy un diablillo. El diminutivo es solo por mi edad, puedo ser igual de tremendo que cualquier diablo: No miro para otro lado cada vez que algún esperanzado corre el colectivo y no lo alcanza, ni cuando a otro chico se le cae la bocha de helado de su cono; no, yo los miro a los ojos y me rio.

No te voy a mentir, lo disfruto, me maravillo con cada cara nueva de fracaso rotundo, no lo puedo explicar, simplemente me divierte.

¿Culpa? Sí, viene eventualmente. Pero por suerte recién aparece al final, cuando el diafragma se me acalambra y los ojos me arden de tanto llorar de la risa.

Reconozco que está mal. Incluso agradezco la culpa que llega después, me ayuda a regular un poco. Pero no lo puedo evitar.

No siempre fue así, o al menos no siempre fui consciente de que era un diablito. Antes del mes de Julio pensaba que era bueno y que mis risas eran algo malo pero transitorio, una maldad pasajera.

En Julio acompañé a mamá al supermercado en una de sus expediciones de avistaje de precios. Cuando por fin nos íbamos, con solamente tres latas, nos cruzamos una heladería. Puntualmente un mini local de McDonald’s. Tenía un colorinche cartel anunciando la novedad: baños de chocolate para helado.

Mamá me encaminó para el local. Cuando llegamos, le pidió al Mac empleado un helado mixto de crema y dulce de leche. En cuestión de segundos el firulete bicolor se depositó majestuosamente sobre un cono. Acto siguiente el cono cruzaba el mostrador hacia mí. Mamá bajó mis brazos extendidos y mirando de lleno al empleado le dijo que el nene lo quería bañado. El empleado me miró con cara de perro mojado y yo levanté los hombros. No había pedido el helado, tampoco el baño, pero no me iba a negar.

El chico fue hasta una maquina rectangular de metal, la destapó y tomó aire.

Me acuerdo de que ni bien vi la maquina entendí que era imposible que el baño funcionara. La máquina era un contenedor de chocolate caliente y el helado debía sumergirse boca abajo, ¡contra la gravedad!

El chico soltó el aire y asomando la lengua sumergió rápidamente el helado. Uno, dos, tres. Sacó el helado perfectamente petrificado. Era hermoso. Al segundo siguiente toda la hermosura cayó de lleno en el jacuzzi de chocolate.

No podía apartar mis ojos, el cuadro entero tenía algo de morboso que me hipnotizaba: la caída del helado, el burbujeo del chocolate, la decepción en la cara del empleado.

La operación fallida se repitió tres veces en total.

Antes de iniciar la tercera, el chico preguntó si el helado podía ser sin baño. Mi mamá le sonrió con la boca cerrada y me señaló. El chico miró el piso y lo volvió a intentar. En esta oportunidad me detuve en la cara de mi señora madre: sus ojos seguían el espectáculo con más atención de la que yo había puesto las veces anteriores, su sonrisa empezó a expandirse hasta exponer los caninos y en el momento culmine de la espera sus ojos se abrieron como platos. Cuando cayó el helado pude ver como llevo su mano rápidamente a la boca para tapar una risa. Para cuando el chico volvió la mirada, mamá ya estaba recompuesta. Hizo un gesto de desdén y con seriedad le dijo que el nene ya no lo quería.

Miré fijo la cara de mama mientras nos íbamos y pude presenciar como una risa socarrona le inundó la cara de placer en el instante justo en que le dábamos la espalda al puesto.

Cuando pasamos por las puertas de salida vi dos sonrisas reflejadas en el vidrio. Ese día descubrí mi herencia, y entre risas acepté mi herejía.

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